La función de la nominación en la clínica psicoanalítica, por Marcelo Edwards

Gérard Pommier1 dice que el nombre es un performativo que crea lo que designa, y que no existía antes de él: viene al lugar de un vacío. Por mi parte, entiendo que el nombre hace agujero en lo real, transformando topológicamente ese vacío en un verdadero agujero.

Para él, no es un significante que represente al sujeto ante los otros significantes, sino un símbolo, y tiene razón porque un símbolo se define por venir al lugar de lo que no hay. Tampoco tiene significación ni substancia: denota simplemente la existencia del sujeto.

 

La donación del nombre de pila

En francés se lo denomina prénom, o sea el nombre que va delante del apellido. En español es el nombre que se da en la pila bautismal, en un acto que se hace en nombre de Dios-padre. Como se ve, incluso si es dado por la madre, el nombre de pila siempre tiene un aura paterna, incluso aún hoy en día, puesto que implica la introducción de un cuarto término, la sociedad, a la hora de la inscripción en el Registro Civil. El sujeto, es de entrada un sujeto de derechos. Ese cuarto, separa al niño/a de la madre, inscribiéndolo en una genealogía como teniendo una existencia propia, en lugar de ser el falo (tercer término) de ella.

El nombre de pila es un don inicial y gratuito que no engendra ninguna deuda, pero es obligatorio legalmente para los padres.

El nombre vale por sí mismo: reconoce y separa al sujeto. Un niño no sobrevive sin ese don que evita que el cuerpo del sujeto sea gozado por el Otro. Pero el llamado mediante el nombre, que es fundamental, también divide al niño entre su “ser gozado” y el sujeto que él es.

Este don pre-genital permite que el sujeto goce de sí mismo, subjetivando así el onanismo con el que se apropia de su cuerpo. Si la madre no nombra a su hijo, el goce autoerótico resultará despersonalizante. Los niños poco nombrados tienen dificultades para comer, para dormir, o se instalan en el negativismo.

Ser llamado por su nombre hace posible que el niño/a pueda localizarse en el espacio en un único polo del bucle sonoro, y no quedar así aspirado por la demanda del Otro. De esa forma, puede sostener su decir en la interlocución.

Este proceso es latente muchos meses antes de devenir palpable en el estadio especular, que es cuando el niño se reconoce de manera jubilosa en el espejo allí donde es nombrado. Disfruta al asumir su nombre en conjunción con su imagen, por dejar de ser el objeto de goce para el Otro.

En ese movimiento, se separa de los padres, pero también de una parte de sí mismo: el yo-ideal que él habría debido ser como falo de la madre. Esa parte que a partir de allí causará su deseo transformándose en diversos objetos a los que intentará dominar activamente para que éstos no devengan persecutorios.

Pommier sostiene que es apropiado considerar el nombre de pila como el nombre del padre de la metáfora paterna propuesta por Lacan, porque hace posible la simbolización de la significación fálica. Según él, es el verdadero nombre del sujeto puesto que, aunque pueda ser compartido con otros para él es único, y por ello afirma su singularidad.

Esto me hace pensar que, hacia el final del estadio especular y con el control de la motricidad y el esfínter anal que cierra el cuerpo, se produce un anudamiento de las tres dit-mensiones de la subjetividad gracias a la cuarta consistencia que es el nombre de pila. Situar el anudamiento por este nombre a partir de ese momento, nos permite entender no sólo la estructuración de un niño durante las fases pre- genitales, sino la clínica de los así llamados “casos límite”, que en más de una ocasión son neurosis infantiles por permanecer en un impasse, al no haber tomado aún el patronímico.

 

Las fobias como nombre

Para Pommier las fobias son al comienzo un símbolo de la carencia del Otro materno, para devenir más tarde un símbolo de lo que simboliza esa carencia. Por ello sostiene que funcionarían como un nombre del padre. Por mi parte, pienso que sería más conveniente decir que son sobrenombres que vienen a suplir la función paterna cuando esta no opera adecuadamente.

Las fobias aparecen en el momento en que el deseo del padre real se manifiesta operando la castración para la madre y para el sujeto. Este deseo introduce al sujeto en la sexualidad y la diferencia de los sexos. Es traumático porque el padre es amado por separar de la madre -lo que lo convierte en seductor- pero también es temido y odiado por castrar y feminizar. La fobia permite proyectar en un objeto externo de carácter totémico el odio y el temor, mientras se mantiene el amor al padre. En este sentido programa la fantasía parricida que el sujeto intentará simbolizar más tarde.

El problema es que al poner el conflicto fuera, el sujeto se ausenta de su acto, y entonces, el objeto fobígeno viene a nombrar inconscientemente su identidad secreta, como, por ejemplo: ser un “Rata”. Un sobrenombre transitorio que caerá cuando el sujeto tome su patronímico.

La transmisión y toma del patronímico

Así como el nombre de pila protege al sujeto de la demanda materna y del goce pulsional que ella introduce, la toma del patronímico al final del Edipo permite ir contra el deseo del padre del goce. Tomar el patronímico implica acabar con él, a la vez que se toma su nombre y su lugar.

 

El anhelo parricida y la culpa correspondiente engendran los ideales de redención, a la altura de los cuales hay que sostener el nombre. De ese modo, el patronímico deviene causal retroactivamente: del despliegue de los significantes, del pensamiento justificativo, y de los actos.

El patronímico es transmitido y su toma es contingente. Esa transmisión es gratuita como el don del nombre de pila, pero su toma endeuda. Obliga a transmitirlo a su vez, ya sea a los propios hijos, o al firmar una obra o mediante los actos destinados a otras personas en la sociedad. Cuando se lo transmite, de endogámico se transforma en exogámico, y de ese modo toma todo su valor y potencia.

El nombre propio adquiere en la familia su eficacia sexual y transgeneracional, pero requiere el reconocimiento exogámico por parte de la sociedad que valida su relación con el padre muerto. Es imposible “matar al padre” sin una figura totémica externa que valga para un cierto conjunto de hermanos.

Desde el punto de vista de la simbolización de la significación fálica, el nombre de pila es el verdadero nombre: afirma la singularidad del sujeto.

El patronímico o un rasgo del padre tienen en cambio una función en la filiación simbólica o por la sangre, la de dar un borde a la prohibición del incesto, porque dicha prohibición no opera de modo efectivo en lo simbólico más que cuando la toma del mismo se lleva a cabo. A mi modo de ver, esta identificación propia del final del Edipo tiene la función de nombre del padre.

Los sobrenombres como las fobias, los síntomas, o las inhibiciones, pueden parecer lo más singular del sujeto porque no han sido dados ni transmitidos, pero no lo son porque en tanto tales son compartidos por muchos individuos. No tienen el peso del nombre de pila ni del patronímico, y son antinómicos respecto de estos últimos, puesto que cuando ellos operan, no son necesarios los sobrenombres. Además, la identificación al nombre es consciente, mientras que la identificación a esos sobrenombres es inconsciente.

En este sentido, estimo que el nombre de pila o el patronímico son símbolos, puesto que tienen la función puramente simbólica de denotar la existencia del sujeto, mientras que esos sobrenombres son significantes que representan al sujeto ante otros significantes, pero tienen el inconveniente de coagular al sujeto en una identidad imaginaria alienante.

Esto me lleva a pensar que la instauración definitiva de la metáfora paterna, o en términos topológicos del nudo “freudiano” en que el Nombre-del-Padre opera como cuarta consistencia, requiere de dos tiempos: el de la asunción del nombre de pila y luego la toma del patronímico al final del Edipo. Ambos son necesarios, no solo por su valor sonoro, es decir, por la importancia del llamado por parte de los otros, sino porque sin ellos no se puede efectuar la identificación especular ni la constitución de la fantasía fundamental al final del Edipo. Es decir, de aquello que da forma al deseo del sujeto. De hecho, como subraya Pommier, la consciencia es efecto de la toma del nombre. La contraprueba se puede apreciar en los sueños, donde el sujeto es inconsciente, apareciendo en muchos lugares a la vez y representado por diferentes personajes.

La forclusión por su parte puede afectar a cualquiera de esos dos actos.

 

Del síntoma al nombre y retorno

Un bebé puede ser vomitador, anoréxico, insomne, asmático, etc. y ser nombrado así por médicos, psicólogos, maestros o los padres. De este modo, un síntoma en tanto sobrenombre, puede ser la primera expresión del sujeto en la vía de su existencia, porque capitona su resistencia al goce. El síntoma ancla el sujeto a su cuerpo y lo preserva de desaparecer en el Otro, y funciona como un nombre porque es reprimido en la enunciación de la palabra, tal como los otros nombres.

Un sujeto puede identificarse a las fobias, los síntomas o las inhibiciones de sus progenitores, o ser nombrado a partir de ellos y asumirse como tal: el “meón”, el “disléxico”, el “tdah”, la “fóbica social”, el “alcohólico”, la “bipolar” etc.

El nombre de pila subjetiva el goce y luego el patronímico lo prohíbe, pero cuando se transgrede esa prohibición, los sobrenombres, ya sea bajo la forma de una fobia, un síntoma o una inhibición pagan la culpa por ello.

Hay un movimiento de ida y vuelta del nombre a la fobia, el síntoma o la inhibición. Cuando el sujeto no está a la altura de su nombre mediante sus actos, regresa a identificarse con esos sobrenombres. Esta dualidad expresa la división del sujeto, pero mientras que los sobrenombres identifican inconscientemente al sujeto en continuo, la identificación al nombre requiere de actos conscientes, que como tales son discontinuos. No obstante, cuando el sujeto se autoriza a tomar la palabra y asume sus actos, deja de estar dividido y de vivir su destino pasivamente, para unirse consigo mismo aunque sea de modo transitorio.

 

Texto presentado en el Coloquio de la Fundación Europea para el Psicoanálisis, sobre Nombre propio, síntoma y otras suplencias en la clínica psicoanalítica, efectuado por zoom desde Barcelona los días 1, 2 y 3 de octubre de 2021

 

(1) Gérard Pommier, Le nom propre. Fonctions logiques et inconscientes, Paris, 2013, PUF

 

 

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