Los chicos, las clases y el Zoom, por Mariana Indart

Marzo 2020

 

Comencé a coordinar tres grupos de yoga para chicos. 

Uno de ellos para preadolescentes y dos para niños de 6 a 10 años donde integramos algunos chicos a los que llamamos “peculiares”: 

Juanllegó con diagnóstico de autismo o espectro autista (psicóloga, maestra integradora, neurólogo, etc.)  y Lucía presenta disminución motriz y dificultades en la visión desde el nacimiento, también atendida por profesionales y con maestra integradora en la escuela.

Somos dos profesoras en las clases. Clara Jones, Licenciada en Psicopedagogía y practicante de yoga experimentada y yo.

Con todas las ganas empezamos en marzo las clases y a mitad de mes entramos en cuarentena.

No sé cómo fue que de un día para el otro estábamos dando clases con Zoom.
Si hago memoria,  recuerdo la velocidad con que aprendí a usar la herramienta y – al mismo tiempo – enseñarla. 

Tuve que pensar en un dispositivo de enseñanza diferente: tenía que mostrar las posturas, dar las instrucciones y corregir. Por eso decidí salir de mi rol de coordinar, preparar y supervisar las clases para volver a participar en la enseñanza. Nos turnaríamos con mi colega: una mostrando las posturas ante la cámara y otra poniendo la voz y la mirada. La secuencia de práctica se volvió mucho más visible y me di cuenta que cuidar los cuerpos de los chicos a través de la pantalla era todo un desafío. Además del tema del micrófono, la cámara y la señal de internet un tema a chequear permanentemente.


Hubo que encuadrar, literalmente, el espacio para poder verlos de cuerpo entero en la pantalla. Y cuando pasamos de pie a sentados y de ahí a acostados, era necesario rehacer ese encuadre, cambiando la posición de la cámara de la pantalla junto con la posición de los cuerpos en el espacio.

Lo logramos, ahí estábamos dando clases. Dos clases por semana, una para preadolescentes y otra para chicos.

Primeras semanas
Todos los chicos hacen todo lo que les pedimos. Llevan adelante la secuencia completa de posturas, no se distraen. Juan, que no se podía quedar en su antideslizante más que un tiempo muy breve - parecía que le quemaba-  ahora hace las posturas, mejora en equilibrio, se concentra un montón.
Mi estado: perplejidad. ¿Qué ha pasado? A primera vista las clases funcionan mucho mejor así que en presencia. ¿Es así? ¿Qué está pasando? Estos chicos nacieron con las pantallas y habitan en el mundo virtual naturalmente. Estos chicos están captados por la imagen y están hipnotizados. Bueno pero tampoco estaría tan mal porque hacen todo lo que les pedimos. Practican una hora de yoga ininterrumpida. Sin chistar. El mute ayuda. Lo saco y pregunto cómo están. “¡El muerto!”,  gritan “¡Hagamos el muerto!”.  Esa fue la primera demanda.
Ahora que lo escribo me acuerdo de Laurie Anderson en un show en Buenos Aires en el año 2008. Contando que hizo el experimento de trabajar en un local de comidas rápidas en su propio barrio de Nueva York donde está su estudio. Presentó su solicitud y la tomaron. Relató muchas anécdotas, ella es antropóloga además de artista, no hizo un experimento sin saber. La parte más genial para mí  fue cuando dijo: "Me pedían hamburguesa con queso. Tengo. Me pedían coca cola. Tengo. Me pedían papas fritas tengo. Me pedían ensalada. Tengo. Todo lo que me pedían, todo yo lo tenía. ¡Amazing!” expresó acompañándose de uno de esos sonidos únicos. Claro, yo me imaginaba a los clientes mirando el cartel arriba de la cabeza de Laurie con su viserita con la M creyendo que elegían y a ella tan feliz de poder satisfacer la demanda, siempre.
Bueno algo así. Los chicos a través de la pantalla hacían todo lo que yo les pedía. Primero me maravillé y después me empecé a asustar.
Por suerte pidieron el muerto, que aunque lo tenía y se los podía satisfacer ya me hizo reír… no es cualquier pedido.

Tercera y cuarta semana
Los preadolescentes empezaron a charlar cuando terminaba la clase. De sus cosas. Las tareas, las perforaciones en las orejas, la preocupación porque los agujeros se pueden cerrar.
Y después con el tiempo ya empezaron a interrumpir la clase para preguntar, para decir que les duele, que no lo entienden, que ayer se durmieron tarde. Me sentí aliviada. Volvieron a ser como los había conocido. El día que una mostró una tacita y un paquetito con unos bombones que le habían enviado los abuelos, sus abuelos a lo que no puede ver y viven un poco lejos, por mensajería se lo enviaron, la tacita era de su bisabuela, ellos se hacen solos las compras del supermercado, van juntos y perdón que no sé qué me pasa que hoy estoy hablando tanto, se ve que lo necesitaba... Ese día suspiré. Feliz.

Los más chicos empezaron por presentar a sus mascotas de la casa y después ya vino lo bueno. Si les insisto para que hagan una postura porque creo que están distraídos y no tomo en cuenta que uno me dijo que ya la hizo, que lo que pasa es que lo hace más rápido, pero yo insisto en que lo haga entonces chau, clickea en la cámara y desaparece. Buenísimo. ¡Eso es sustraerse a la demanda con tecnología!
Y ahí nos tienen. Persiguiendo chicos a través de la pantalla. ¿Dónde estás que no te veo? ¿Se desconectó? ¿Te saliste? ¿Nachooooo? ¿Dónde estás? No responde por supuesto. Cuando proponemos el tema que le interesa, hablar sobre las emociones que aparecen en el cuento, ahí está sentado muy bien encuadrado con su libro y pidiendo leer en voz alta.

Redefiniendo

Yo, con esta costumbre de mi formación de analista uno por uno y ahora que los tengo en cuadraditos, alienada total estuve, hasta que uno me sacó de ahí observando muy amablemente: ¿Te das cuenta que todos tenemos piso de madera? 

Redefinamos este grupo por favor, parece que me hubiera dicho. Y sí. Tiene razón, acá hay un grupo con un suelo en común, justamente el que no podía estar en su antideslizante me lo aclaró, no podía haber sido otro con esa generosidad y paciencia.

Quinta semana
Empezamos la clase: Pantalla blanca y un dibujo que empieza a hacerse ahí solo.  "Es un botón, compartir pantalla. Te lo enseño", empezamos a escuchar. El grupo ya estaba jugando: uno dibujaba, otro hacia estampas, otro escribía su nombre, otro borraba lo de los demás y alguno ya que estaba escribía “caca” en el chat que parpadeaba en la barra de herramientas...

“Chicos, dice mi colega, ya me di cuenta que quieren jugar con el Zoom. Y me parece perfecto. Les propongo que por favor hagamos un rato de yoga y después jugamos con el Zoom”. Casi me pongo a llorar de emoción. 

Eso era una clase de yoga para chicos. Un favor que nos hacían mientras los dejáramos jugar.

En este punto. Se terminó algo de la cuarentena.
Quería compartirlo con ustedes.
Saludos.
Mariana Indart.


Psicoanalista. Lic. en Psicología UBA. 

Profesora de Yoga, certificada en el método de Iyengar.

Dedicada a la clínica desde el año 1996, especialmente infanto-juvenil. Miembro fundadora de Umbral, red de asistencia “psi” en Barcelona, España.

Abocada al yoga para niños y preadolescentes desde el año 2009.

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Buenos Aires, 7 de Mayo de 2020.

 

 

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