A la memoria de Sigmund Freud, Auden (trad. Graziella Baravalle)
W.H Auden,sept 1939, en la versión de Selected Poems, Faber, Ed. Mendelsohn
Traducción: Graziella Baravalle
Cuando hay tantos por los que deberemos llorar
cuando el dolor se ha hecho público y se ha expuesto
a la crítica de toda una época
la fragilidad de nuestra conciencia y nuestra angustia
¿de quién hablaremos? Pues cada día mueren
de entre nosotros aquellos que nos hacían algún bien
y sabían que nunca es suficiente pero
esperaban mejorarlo con los años.
Así era este doctor, aún a los ochenta deseaba
pensar en nuestra vida, de cuya turbulencia
tantos posibles futuros jóvenes exigen obediencia
con amenazas o lisonjas.
Pero su deseo le fue negado; cerró los ojos
sobre esta última imagen común a todos
de problemas que como nuestros parientes
sorprendidos y celosos esperan nuestra muerte.
Pues a su alrededor al final todavía estaban
aquellos a los que había estudiado, los nerviosos y las noches
y las sombras que aún esperaban para entrar
en el brillante círculo de su discernimiento.
Mirando hacia otra parte con su desencanto
cuando fue apartado de su antiguo interés
para regresar a la tierra en Londres
un judío importante que murió en el exilio.
Sólo estaba feliz el odio, que ahora esperaba
aumentar su consulta, su sucia clientela,
los que piensan que pueden curarse asesinando
y cubriendo los jardines con ceniza.
Todavía viven, pero en un mundo que él cambió
simplemente mirando atrás sin falsas pesadumbres;
todo lo que hizo fue recordar
como los viejos, y ser honesto como los niños.
No pretendía ser agudo; simplemente dejaba
que el infeliz Presente recitara el Pasado
como una lección de Poesía, hasta que tarde
o temprano se debilitaba en la línea donde
mucho antes las acusaciones habían comenzado
y de repente sabía por quién había sido juzgado,
qué rica había sido la vida y qué banal
y la vida era la vida –perdonado y más humilde-
capaz de acercarse al Futuro como a un Amigo,
sin un vestuario de excusas, sin
máscaras de rectitud y sin
gestos de excesiva y bochornosa familiaridad.
No asombra que las antiguas culturas del engaño
con su técnica de confusión previeran
la caída de los príncipes, el colapso de
sus modelos lucrativos de frustración.
Si él triunfaba, bueno, la Vida
homogeneizada sería imposible, el monolítico
Estado se hundiría y se impediría
la colaboración de los vengadores.
Por supuesto clamaron a Dios, pero él siguió su senda
entre el Pueblo Perdido como Dante, bajó hasta
la hedionda fosa donde los heridos
llevaban la triste vida de los rechazados.
Y nos mostró que el mal no es como pensamos
hechos que deben castigarse, sino nuestra propia falta de fe,
nuestra deshonesta costumbre de engañarnos,
la concupiscencia del opresor.
Y si algo de la autocrática pose,
la rigidez patriarcal de la que él desconfiaba
todavía se adhería a su discurso y a sus rasgos
era sólo una apariencia protectora
en alguien que viviera tanto tiempo entre enemigos:
si con frecuencia erraba y a veces era absurdo
ahora para nosotros ya no es una persona
si no todo un clima de opinión,
bajo el cual conducimos nuestras distintas vidas,
y como el tiempo, sólo puede impedir o ayudar.
El orgulloso todavía puede ser orgulloso, pero le resulta
un poco más difícil y el tirano trata de
arreglárselas con él, pero no lo valora.
Simplemente nos envuelve, hasta que los cansados incluso
en la más remota y miserable región
hayan sentido el cambio en sus huesos y se alegren
y el desdichado niño en su pequeño Estado,
un sitio donde la libertad está excluida,
un panal cuya miel es miedo y preocupación,
se sienta más tranquilo y seguro de poder escapar;
al par que mientras yacen en la hierba de nuestra negligencia
tantos objetos hace tiempo olvidados
revelados por su incansable luz
nos son devueltos, valiosos otra vez;
juegos que creíamos deber abandonar cuando crecíamos
pequeños ruidos de los que no se debía reír
las caras que poníamos cuando nadie nos miraba.
Pero él quiere más para nosotros: ser libre
a menudo es estar solo: él uniría
las desiguales mitades fragmentadas
por nuestro bienintencionado sentido de justicia,
devolveria a los más grandes el ingenio y la voluntad
que tienen los pequeños pero que sólo pueden usar
para áridas disputas; devolvería al
hijo la riqueza de sentimientos de la madre.
Pero quiere que recordemos ante todo
ser entusiastas con la noche
no sólo por la sensación de asombro
que sólo ella puede ofrecer, si no tambien
porque necesita nuestro amor: pues con tristes ojos
sus deliciosas criaturas nos miran y ruegan
en silencio que les pidamos que nos sigan;
son exilados que anhelan el futuro
que está en nuestro poder. También se alegrarían
si se les permitiera servir a las luces como él
incluso soportar nuestro grito de ¡Judas!
como él y todos los que lo siguienron debieron soportar.
Una voz racional ha callado: sobre su tumba
la casa de los Impulsos llora por un ser querido.
Triste está Eros, constructor de ciudades
y llorando la anárquica Afrodita.
Noviembre 1939