Los Lacanes, por Eduardo Mardarás

“Se puede imitar a una voz, o repetir lo que dijo una voz, evitar así su completa extinción, pero ya no será la voz ni dirá exactamente lo que dijo aquella voz. Las repeticiones, versiones, perversiones,  interpretaciones de lo dicho por la voz que se extinguió irán componiendo ineludibles falsificaciones de lo dicho”

Enrique Vila- Matas en “Mac y su contratiempo”

 

Llamaré a lo que sigue una reflexión y no un artículo, porque me he propuesto que no contenga cita ni referencia explícita alguna; que sea un fluir de mi pensamiento, nutrido de mucho de lo que he leído y oído de otros colegas, sin que ello implique la obligación de dar cuenta de tales semillas.

Hay en esta reflexión un intento esforzado de desterrar el tic de citar y citar. Procuro así no obstaculizar el pensamiento por cuenta propia, y plasmar la metabolización que de tantos maestros y colegas se fue produciendo en mí, sin interrupciones destinadas a remitir a ellos una vez más.

Por eso he utilizado el término “semillas” porque como tales se comportan las otras voces al nutrir mi pensamiento y mi voz propia.

Para mí Lacan ha pasado a ser uno de esos “colegas”, sin que ello implique presunción alguna, ni mucho menos ingratitud a todo el tiempo en el que me fue “Maestro”. En la actualidad conserva el rango de colega inspirador y desde ese lugar me resulta de una inestimable utilidad.

Por todo lo anterior (y también porque me parece bella) he tomado como epígrafe la única cita que me permito y que está sacada de contexto, puesto que lo que Vila- Matas dice está referido a la repetición en literatura. Naturalmente las semillas nunca provienen (salvo mala cosa) sólo de textos o discursos psicoanalíticos.

Comenzaré por lo que fue el inicio de mi proceso de unificación de ese Lacan que otrora se me apareciera como varios según los distintos momentos de su enseñanza.

Debo advertir, eso sí, qué la trama o red que se construyó en mí aún continua en construcción; que tiene agujeros y saltos en los que no todo encaja (afortunadamente) y que los componentes con los que se fue tejiendo parecen elegidos caprichosamente; de algún modo lo son puesto que se incorporaron a medida que se iban iluminando.(por ejemplo, incorpora el Borromeo y no manifiestamente la topología).A ese inicio del proceso, esa condición inicial la llamo:

Lost in translation.

Un buen día decidí que “L´inconscient est structuré comme un langage” podía traducirse también como lo inconsciente se estructura como un lenguaje. Cuando comuniqué tal observación a algunos colegas la respuesta fue (con leves diferencias entre unos y otros) que así era y así se entendía. No puedo dejar de preguntarme que es lo que hace que sin embargo se siga utilizando en español la fórmula “el inconsciente está estructurado como un lenguaje” ¿una cierta pregnancia?, ¿la debilidad de la afirmación -repetida en muchas ocasiones- de que el psicoanálisis debe ser reinventado en cada idioma y en cada lengua?

Sin detenerme a buscar respuesta a las preguntas anteriores y con algo más que la intuición de que esa manera de traducción al castellano podía tener un efecto fosilizador; tomé hace tiempo la firme decisión de que en adelante no lo diría, ni lo pensaría de otro modo que: “lo inconsciente se estructura como un lenguaje” y esa variación en la premisa de inicio me permitió enhebrar la producción teórica lacaniana sin tantos cambios de marcos epistemológicos cuya identificación puede ser útil paras estudiar la generación de sus textos y discursos pero no tanto para asimilarlos. 

Algunas consecuencias de la decisión anterior

Diré para empezar que esta forma de traducir me permitió tener siempre en mente la calidad de atributo de lo inconsciente y no volver a correr el riesgo de inadvertida o veladamente otorgarle una calidad de substancia. Ya nunca más me incliné a pensar lo inconsciente como “el”, como un receptáculo.

Así, cuando en 1973,  uno de los Lacanes (que es siempre el mismo) parece desdecirse al afirmar que no hay en lo inconsciente cadena de significantes, no caí en la decepción en cuanto a mi práctica en general ni en cuanto al uso de la asociación libre y su consecuencia, la convocatoria a la interpretación.

Pude concebir el enjambre de significantes azarosamente unidos o pegoteados y moviendo continua y caprichosamente sus conexiones (en ese sentido el término “enjambre” me ayudó mucho porque activa un imaginario muy bullicioso y cambiante). Entonces cobró importancia nuevamente el “lost in translation” en su fragmento se estructura como un lenguaje en lugar del “está estructurado” (igualmente me valdría “es estructurado”, pero ya nunca el “está estructurado”) y me dije: “claro cuando una o más de las larvas que se agolpan en el racimo de lo inconsciente fugan hacia lo preconsciente, entonces ahí se estructuran como un lenguaje”. Lacan no es otro en 1973 -ni en adelante- del que fue al comienzo de su enseñanza. Y aunque él mismo pareciera creerlo por momentos, no se contradice: se sobre dice; da sucesivas reorganizaciones a los componentes de la práctica psicoanalítica; reelabora se podría decir que vertiginosamente -sobre todo- del 73 en adelante.

Muchos de mis colegas ven allí un salto epistemológico y parecen seguir explorando y transmitiendo la producción lacaniana desde su comienzo como si el après-coup no se abriera camino en la relectura de los Seminarios anteriores; como si la condición inicial de nuestra formación como analistas -y aquí es imposible no aludir también a Freud- pesara empujando a la repetición.                                              Cuando decidí el título de “Los Lacanes” para esta reflexión me pregunté si sería o no posible comenzar el estudio de sus Seminarios por el último de ellos e ir regresando a los anteriores a medida que los contenidos de los más recientes nos lo fueran requiriendo. Siempre recuerdo la emoción que experimenté cuando releyendo el Caso Juanito ( y reconozco que esto es un cita levemente velada) me detuve en la frase “…intentar comprender no sobre lo que antecede, sino sobre lo subsiguiente”

Esta propuesta de comenzar a estudiar por lo último para aprehender lo primero a pesar de parecerme una idea bizarra no deja de resultarme atractiva; por el momento la dejaré para la próxima reencarnación en la que espero estar menos contaminado.

A esta altura y tras haber usado términos como “sucesivas reorganizaciones” o “condición inicial” es preciso que me refiera a lo que para mí ha sido una especie de llave maestra en mi evolución como analista. Se trata de la obra del Premio Nobel de química de 1977 quien desde la termodinámica identificó las estructuras disipativas y concibió la Teoría del Caos también conocida como de la complejidad.

A partir de entonces se produce un nuevo paradigma científico no diacrónico, no binario y que toma en cuenta el azar; pero la ciencia al uso no se impregna de él y continúa, en general y con pequeñas variantes, el derrotero y la praxis que marcó Newton. No es oportuno aquí extenderse más sobre este particular, pero digamos que dicho viejo paradigma mantiene su utilidad y eficacia para los sistemas en equilibrio pero es insuficiente para los “sistemas alejados del equilibrio” como por ejemplo el ser humano, el parletre.

Otros colegas (pocos) han registrado el vínculo entre la teoría del caos y la evolución del pensamiento lacaniano. No fueron muy escuchados y (dado que me he impuesto no citar ni dar referencias) puedo sin embargo decir que hay por lo menos uno de ellos que fue bastante lejos al respecto y al que le estoy profundamente agradecido; muchos otros reaccionaron fríamente a sus postulados o no los registraron.

Sin duda el psicoanálisis ha sido y es una disciplina que quedó al margen de las ciencias entre otras cosas por su refutación de lo lineal, de lo diacrónico, de lo binario, y que a su vez ha ido evolucionando al punto de que (por caminos propios y bastante sinuosos) arribó a un extremo en el que se podría decir que queda, de hecho y de derecho,  inscripto en el terreno de lo científico; con más precisión en el nuevo paradigma científico del Caos y la Complejidad.

Cuando Lacan llega a que lo Real es el nudo en perpetuo movimiento y renovación de suplencias. Ahí el parletre como sistema -sin desdecir ninguno de los componentes que ha venido descubriendo y describiendo a lo largo de todos sus años de enseñanza e investigación - pero sí reabsorbiéndolos y transformándolos en dicha reabsorción- revela su carácter de sistema caótico.

Me atrevería incluso a proponer una nueva formulación según la cual el psicoanálisis actual es la ciencia que tiene por objeto al parletre como sistema caótico.

Una pequeña muestra…

…de cómo en un sistema caótico o complejo rige la flecha del tiempo, sus transformaciones son irreversibles y las nuevas organizaciones no anulan sino que absorben y modifican a las anteriores, fue para mí evidente cuando caí en la cuenta de que el Lacan de los nudos (por ir casi hasta el final de su enseñanza) no desdice en absoluto -aunque por momentos él mismo parezca creerlo- al Lacan del significante.

Si lo inconsciente al filtrarse afecta al sujeto es precisamente porque no accede al registro simbólico, es porque es “no sin objeto” pero no con objeto (de deseo), es porque pertenece al orden de lo inefable y araña algo del Real y porque su irrupción hace que aflore la angustia, o en el mejor de los casos se configure el síntoma.

El parletre necesita seguir generando deseo y eso sólo lo puede hacer mediante el ficcionamiento de encontrar algún sentido a ese sinsentido que anida en lo inconsciente; de ahí la elaboración secundaría de los sueños y su irreductible ombligo

De ahí también los dos fenómenos extremos: el parletre que nunca sueña o recuerda haber soñado pero no qué (como en una especie de forclusión de las irrupciones de lo inconsciente) y el que necesita contar sus sueños aunque aburra infinitamente a su pareja en los desayunos, de modo que la elaboración secundaria disipe la angustia convocada por el jirón de Real que emergió mientras dormía.

Así es como el grafo del deseo mantiene su vigor (aunque modulado) en lo que llamamos la cura. Incluso en el último piso y cuando se alcanza el barramiento del Otro con mayúscula o Tesoro de los significantes, es necesario inventar significado a lo que a esa altura ya se sabe que no lo tiene, para que el deseo no deje de fluir sobre objetos que irán suplantándose. El sinthome saber qué hacer con el síntoma es uno de esos inventos -del analizando- de capital importancia que contribuirá al re-anudamiento, nunca definitivo de los tres registros.

Que lo inconsciente no esté estructurado sino enjambrado, no quiere decir que el sujeto no necesite otorgarle algún sentido para subsistir como tal. Y aun cuando él ( ni su analista) crea del todo en ese sentido más inventado que encontrado, algún tipo de transcripción al registro simbólico le es vital.

¿Es entonces el psicoanálisis una cura por la palabra?

Sí, pero eso no lo define ni recubre por completo aunque haya sido lo que más ha impresionado en su nacimiento.

La Transferencia es su piedra angular y su punto de partida sin el cual no se hace posible. La euforia de cuando Lacan profundizó en lo estructurante del significante y sus deslizamientos (nótese que no digo del Lacan estructuralista, puesto que nunca dejó de serlo) eclipsó parcialmente al ágalma indispensable para el amor de transferencia y su importancia en el surgimiento del sujeto supuesto al saber ( en materia de “lost in translation”, prefiero sujeto al que se le supone un saber) que es una suposición biunívoca en la que se sostiene la primera (y por lo general larga) etapa de una cura.

No es la palabra la que tiene la exclusividad en el surgimiento de ese fenómeno, sino también el acto analítico en un sentido amplio: el comportamiento del (futuro) analista, su presencia, el setting que ofrece, su decir -rara vez interpretativo en esta fase- y su manera de decirlo. He subrayado la presencia con la intención de dejar esbozado un asunto que no desarrollaré en esta reflexión y que es la dificultad -si no la imposibilidad- de las curas analíticas on-line. Este “acto analítico en un sentido amplio” al que me estoy refiriendo no se reduce al corte y mucho menos al corte de las sesiones que en su momento tanto impresionó a los discípulos de Lacan; -en todo caso dicho corte no sería más que uno de los actos analíticos posibles- sino que abarca todo comportamiento del analista que adquiera el carácter de extemporáneo, incluso de bizarro en el seno de la no-relación establecida con el analizando, que no por ser una no-relación en el sentido de lo social deja de ser un modo de vínculo entre las partes.

El corte podría expresarse groseramente como cortar el rollo; introducir, de una manera más o menos intempestiva, algo que interrumpa el excesivo apego al registro de lo simbólico. El analista se juega mucho más en los cortes que en su acompañamiento a la asociación libre y en su invitación a la interpretación, que -sin embargo- continuará ejerciendo hasta el llamado “fin de análisis” en el que su figura pasará a ser desecho (Aquello que queda después de haber escogido lo mejor y más útil de algo) según la definición de la RAE.  Porque la no relación pero sí vínculo entre analizante y analizando se habrá beneficiado también del proceso de reorganización y transformación y en adelante será nada -o cuando mucho- ahora sí, una relación entre analista y analizado.

 

¿Qué vigencia tiene el diagnóstico…

…en un parletre concebido como sistema caótico?

El diagnóstico es una herramienta en parte heredada de la psiquiatría que en el caso del psicoanálisis sirve al analista para orientar la dirección de la cura. Hay colegas que lo consideran indispensable y otros que reniegan parcial o totalmente de él.

En Lacan tuvo en un momento la consideración de estructura: histérica, obsesiva, perversa. Eso le ha dado en ocasiones un estatismo y una rigidez que puede actuar como freno en las sucesivas (y siempre necesarias e inevitables) reorganizaciones.

Cuando, en sus últimos años de producción, Lacan llega al nudo Borromeo como lo Real del parletre nos sitúa (tras un largo viaje por la topología) no ante una estructura sino ante un sistema caótico o alejado del equilibrio que está en perpetuo movimiento. Es decir que la estructura es forzada tanto retroactivamente en la concepción del parletre como intrínsecamente al formar lo Real parte de él y empujarlo hacia la desestructuración, sancionándolo así como tal “sistema alejado del equilibrio”

Pero ese mismo Lacan estaba casi desde un buen principio cuando se expresaba en términos de histerizar al analizante. Una vez más no hay quiebre ni contradicción sino complejización del marco teórico.

El diagnóstico continúa siendo necesario y útil, pero no como identificación de una estructura sino de una posición. El analista intentará visualizar con qué tipo de nudo llega el analizante y qué índole de suplencias son los síntomas que lo aquejan, y se mantendrá atento a lo largo de todo el proceso a los cambios de posición que se presenten, puesto que ellos serán también los que orientaran la dirección de la cura en sus distintas fases.

Se trata de una suerte de en qué está ahora; hacia dónde y cómo se están produciendo los re-anudamientos.

El uno por uno también para uno (en el “lost…” prefiero uno a uno)

Ahora que me estoy aproximando a poner un punto a esta reflexión; punto que -siendo toda ella un sistema caótico- será necesariamente un punto seguido y ya veremos, porque (una vez más) por definición todo sistema caótico está obligado a evolucionar y transformarse, o a sucumbir.

Ahora digo, se me ocurre que su utilidad es muy relativa; puesto que también a los psicoanalistas nos es (o debería ser) aplicable ese “uno a uno” tan conocido. Mis reflexiones podrán tener para otros colegas, a lo sumo, la función de esas “semillas” a las que me refería al principio.

No tenemos por qué coincidir los unos con los otros y aunque es muchas veces evidente que no lo hacemos; pareciera que lo buscamos. “Presencia, setting, formas de corte, uso de la palabra…” serán recursos comunes a todos nosotros pero distintos en cada uno y hasta arriesgaría que todos válidos en su diversidad como productos del propio análisis. De ese modo lo contempla  “el Pase” del que no me ocuparé en esta reflexión.

No hace mucho, un colega al que tengo en gran estima y que significaré con una V me hizo notar que el uno a uno se extiende más allá de cada analista y afecta (o debería afectar) a cada tándem de analizante-analizando; de ese modo él se refiere a las curas que acompaña como cura Analía-V.; cura José-V.; cura Marta-V. … Me pareció una manera excelente de encarnar lo único y exclusivo propio de cada proceso terapéutico.

Las Escuelas – siempre útiles y necesarias cuando no son cuarteles- cumplen precisamente con la función no de homogenizarnos sino de hacer más soportable el ombligo del sueño de ser psicoanalistas o si se prefiere dicho de un modo menos metafórico: el resto indescifrable de ese deseo.

Eduardo Mardarás

Psiocólogo - psicoanalista.

Colaborador de Umbral Red de Asistencia Psi.

Miembro de la Fundación Europea para el Psicoanálisis.

Miembro de la Biblioteca freudiana y de la E.L.P. de Barcelona

 

 

 

 

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