Concientización y "naturalización" de lo psicológico

He tomado para dar título a este artículo las palabras de una querida amiga que forman parte de un párrafo más extenso en un intercambio de correos electrónicos de los que suelo mantener con ella.                                             

Paso ahora a transcribir el párrafo entero: “…Tu comentario me hizo asociar con el grado de concientización y naturalización de lo psicológico por estos lares (Buenos Aires). Creo -ya me dirás- que debe de ser el único o uno de los poquísimos países en los cuales, por ejemplo, en una entrevista televisiva a un artista, político, funcionario, periodista, científico, etc. ; se le puede preguntar con total soltura: ¿te analizas? o ¿cuántos años de terapia? Y la gran mayor parte de los entrevistados conteste con total espontaneidad”

Diré dos palabras acerca de esta amiga que me proporcionó el impulso para escribir lo que aquí escribo: es una mujer culta y bastante sagaz, no del todo ajena al ámbito de lo “psi”, aunque trabajó durante toda su carrera en diferentes frentes del campo de la psicología social. Siempre ha estado interesada en el psicoanálisis aunque -quizás con excesiva modestia- se considera “lega” al respecto. Suelo compartir con ella algunos de mis escritos y me hace la función de excelente testigo para tantear las reacciones que ante mis trabajos puedan tener personas interesadas en los temas que toco, que no sean necesariamente psicoanalistas.

Lo cierto es que yo no desconocía por completo el fenómeno del que ella me participó pero al verlo plasmado con tal entusiasmo tuve una primera reacción visceral: si yo hubiera sido uno de esos entrevistados hubiera respondido “con total espontaneidad”: y a usted qué cuernos le importa eso.                                                                                                                     

La misma virulencia de esa primera reacción me condujo a pensar que el asunto era serio y requería una reflexión detenida. Hay que hablar de esto -me dije- puesto que comienza a manifestarse (aunque con más levedad por ahora) también en España.                                                                                          No hace mucho vi en algún programa de televisión no del todo frívolo “influyentes” que se esforzaban en trasmitir lo bien que les había hecho recurrir a la psicoterapia para aliviar el sufrimiento que conllevaba la fama y la exposición a los medios. Lo que (afortunadamente) no he visto hasta ahora es a ningún periodista o entrevistador que formulara “con toda soltura” la pregunta en cuestión. Puede ser que si mirara más programas de esa índole encontrara situaciones similares a las que mi amiga me cuenta. No estoy dispuesto a tal ejercicio; sin que eso se trate de “esconder la cabeza” como el avestruz sino simplemente porque una búsqueda así correspondería a una investigación de psicología social que -cuando abracé el psicoanálisis- dejé de practicar no por considerarla una disciplina menor, sino simplemente por aquello del “No Todo”

En cambio sí que estoy dispuesto e interesado a invitar a mis colegas psicoanalistas a una reflexión sobre este asunto hecha desde el psicoanálisis mismo y además estaría encantado de conocer sus puntos de vista.

Parafraseando a Freud tras su viaje a Estados Unidos, diría que se trata de un inmenso error. ¿Por qué?.  

Para empezar porque se parece demasiado a una estrategia de marketing ; disciplina tan distante del psicoanálisis (aunque no necesariamente de lo “psi” en general) ; precisamente por estar dirigida esa indiscreta pregunta a artistas, políticos, científicos etc. es que la respuesta se convoca desde El Discurso del Amo cuyos efectos conoce bien cualquier psicoanalista.

En realidad la cuestión no me preocuparía tanto (aunque tampoco me sería del todo indiferente) si la pregunta en cuestión fuera sólo ¿cuántos años de terapia ?; pero la primera de ellas: la de “¿te analizas?” nos atañe como psicoanalistas de un modo directo y aún más allá de la mescolanza que en la cabeza de periodistas y no periodistas de hecho hay entre psicoterapias de cualquier orientación y la cura psicoanalítica.

Sabemos que sólo desde el síntoma y del sufrimiento que emana de éste puede surgir el deseo de psicoanalizarse; cuando dicho sufrimiento es intenso hace que el sujeto lo ponga en cuestión. Entonces es posible que surja la enunciación de “¿por qué me pasa esto?”. Esa enunciación, que no necesariamente es explícita ni plenamente consciente, es la que inaugura una cura psicoanalítica y se inscribe de plano en “el discurso analítico”; no tiene nada que ver con la moda ni con la imitación de lo que pueda hacer el político, artista o científico que ha participado de la promoción que mi amiga testimonió en su correo.

Evidentemente este no es el único camino equivocado para el inicio de un análisis – equivocado porque parte de una motivación que en sí misma configura un obstáculo para lo que se supuestamente se quiere emprender: El deseo no es propio sino que está inoculado por Otro con “autoridad” y/o poder de sugestión . Así que no se trata tampoco del deseo del Otro fundante del de cada sujeto.

Por mencionar sólo otro de esos caminos equivocados   me referiré a uno menos frecuente y un poco más engañoso que el anterior: el deseo de acceder a un conocimiento, incluso cuando aparece enunciado como conocimiento de sí mismo. Tal es el caso de quienes consultan porque quieren formarse como analistas o aprender psicoanálisis. El psicoanálisis se estudia, pero el devenir psicoanalista no proviene esencialmente de esos estudios, sino que es uno de los resultados posibles ( no el único ni mucho menos) llegado el fin de un análisis personal.

No hay para el inicio de una cura analítica otro camino que el sufrimiento que generan el o los síntomas con todas las dificultades que ello implica; y es a eso a lo que hay atender cuando alguien acude a psicoanalizarse. La demanda tiene que estar ligada al síntoma y como tal demanda (sea de alivio o de averiguación) tiene que ser tomada por el psicoanalista: es decir sosteniéndola pero no satisfaciéndola.

Ahora bien; sabemos que el síntoma tiene una función  (no sólo la expresiva la que hemos prestado quizás excesiva atención durante mucho tiempo) sino a la vez la estructurante; la de suplencia que enlaza los tres registros simbólico, imaginario y real impidiendo que se deshaga el nudo que (por defectuoso que sea) sostiene al sujeto en su carácter de ser deseante e impide que naufrague, pero provocando en muchos casos un estrangulamiento que es el que lo hace insoportable y reclama la cura analítica. Así puede decirse que hay un apego al síntoma que dificulta la tarea de la cura y la hace -por lo general- prolongada. En tal sentido “el deseo del psicoanalista” no puede ser otro que el de que su analizante -así en singular y coherentemente con el “uno por uno”- legue a saber hacer con su síntoma y construya en ese lugar un sintome renovable. Un “ Hágase tu voluntad”.

Lo de renovable no es baladí, puesto que lo que resulta de una cura analítica no es una nueva estructura estática sino un re-emplazamiento del sujeto supuesto saber que pasa de una atribución (en gran parte imaginaria) que el analizante hace al analista a un reconocimiento del que -a esa altura ya podríamos llamar el analizado- de que dicho sujeto no es otro que él.

¿Cómo puede iniciarse un recorrido tan arduo a partir del efecto moda que produce este tipo de promoción del psicoanálisis? Ante una demanda de esa procedencia ¿cabe sostenerla aún cuando no se satisfaga? Algunos colegas piensan que sí y la asimilan a la derivación de un psiquiatra o un médico, puesto que de algún modo éstas se inscriben también en el discurso del amo.  Pero hay una gran diferencia: en esos dos últimos casos el profesional que deriva o hace la recomendación fue inicialmente consultado por el sujeto, es decir éste tomó contacto con su sufrimiento como tal.

En mi punto de vista el analista sólo puede sostener provisionalmente y durante un corto tiempo una demanda de tal tipo; lo mínimo necesario para detectar si oye en el demandante alguna referencia al posible sufrimiento que tal tipo de demanda oculta. Si eso no ocurre tiene que desmontarla o rechazarla de plano. Lo que hará probablemente que el sujeto desista de su intención de analizarse; aunque también -y según mi propia experiencia- en algunos casos puede que facilite el surgimiento de una demanda sostenible.                                                           No obstante -y más allá del manejo técnico que resulte procedente en situaciones de este tipo- lo que me interesa subrayar es que no hay de qué alegrarse ante el fenómeno que mi amiga testimonió; y mucho menos fomentarlo. No en vano los psicoanalistas no nos autorizamos nunca a recomendar el psicoanálisis a un sujeto en concreto si no ha mediado consulta alguna. 

Eduardo Mardarás.
Psicólogo – Psicoanalista, colaborador de Umbral
Miembro de la Fundación Europea para el Psicoanálisis
Miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y de la Biblioteca Freudiana de Barcelona

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                                             Y en lo específico de lo que nos ocupa, otro americano Woody Allen fue más de cien años después uno de los artífices de ese error. No el único (si pensamos por ejemplo en el discurso de Hitchcock en “Psicosis” o en el de Orson Wells en “Ciudadano Kane” ). Más allá del mérito cinematográfico o literario que las obras de estos y otros directores y novelistas puedan tener; toda esa producción ostenta una visión simplista del ser humano y una elisión llamativa del “sujeto” en sus protagonistas.                                                                  Pero en el caso de Allen hay además algo muy específico: una especie de propaganda del psicoanálisis, que presentado de una forma graciosa y hasta despectiva tiende a generar un ambiguo deseo de experimentarlo; ambiguo porque se trata casi siempre de comprobar en carne propia que es una chorrada.

 

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